El aire frío le heló los huesos, sintió el gélido aliento de la mañana penetrar en cada fibra de su ser mientras oteaba el horizonte buscando la humareda negra que anunciara la llegada del tren. Llevaba varios días esperando este momento, nervioso e impaciente por el tan esperado encuentro, pero ahora que estaba mas cerca de convertir en realidad los pensamientos que había tenido para ella durante los últimos días, simplemente albergaba un profundo y terrible temor. Tenía miedo de que sucediera algo: de que un grupo asaltara el tren y la descubriera o de que algo no marchara bien y no hubiese podido subir a tiempo, echando por tierra todos sus sueños y esperanzas depositados en aquel viaje.
Miró a su alrededor y observó a las pocas personas que esperaban junto a él en aquella pequeña estación perdida en mitad del desierto: un hombre mayor leía un periódico local echando un humo azulado de su pipa, la cual chupaba de vez en cuando sin prestar demasiada atención a lo que le rodeaba. Una mujer con un niño en brazos paseaba de un lado a otro intentando calmar al bebé susurrándole al oído palabras que nadie jamás recordaría. Y, por último, la persona que más le llamaba la atención: un hombre de unos cuarenta años, vestido con un traje hecho con una tela extraordinariamente brillante y un sombrero calado hasta las cejas, de modo que no se podía distinguir su cara totalmente. Pero no era su extraño aspecto lo que despertaba su interés, pues por aquellos parajes era costumbre ver gente de lo más variopinta. Lo que de verdad resultaba chocante era que, a excepción del leve movimiento de su pecho al respirar, no había movido ni un músculo desde que estaba allí sentado, como si estuviera en una especie de trance esperando a que algo ocurriese.
Apartó sus pensamientos de aquella extraña persona y volvió a centrar su mirada en el horizonte, buscando la señal que le indicara la esperada llegada y por fin vio, a lo lejos, el espeso humo de la vieja maquina. Cerró los ojos y pudo sentir a lo lejos el estridente pitido del tren, señal de que en apenas un par de minutos llegaría a la estación, se detendría lentamente y se abrirían las puertas, liberandole de aquel extraño presentimiento de que algo malo iba a suceder.