viernes, 30 de septiembre de 2011

Corazón: Lunnaris

En el silencio del oscuro bosque se escuchó el ligero chasquido de una rama al partirse bajo los ligeros cascos del animal. La luz de la luna llena se reflejaba en la blancura de su pelaje y la cola y las crines caían en una cascada de luces plateadas. Se movía con gracilidad entre los obstáculos que se encontraban por el suelo, sus ojos, de un gris imposible, buscaban infatigables en la oscuridad de la noche. En la tez del animal se podía vislumbrar sin duda el detalle más asombroso, un largo cuerno en espiral que asomaba entre los restos de crin que le caían sobre los ojos.
Lunnaris siguió avanzando lentamente entre los árboles, con el sigilo propio de su especie y anhelante de encontrar aquel objeto que tanto tiempo había estado buscando. Había iniciado su investigación dos semanas atrás cuando, en su forma humana, escuchó en un pueblo a unos viejos leñadores hablar de un lugar en el que los árboles crecían sin cesar y en el que la hierba permanecía espesa y de un verde brillante incluso en los meses más duros del verano. Después de averiguar el bosque del que hablaban los leñadores, decidió seguir la pista y llevaba desde entonces dando vueltas por aquel remoto paraje intentando encontrar aquel lugar maravilloso.
De pronto llegó a un claro en el que la luz de la luna se reflejaba en cada brizna de hierba y cada piedra del suelo, otorgando a todo el claro una luz sobrenatural. Una ola de felicidad sobrevino al unicornio, por fin había conseguido lo que tanto tiempo llevaba buscando. Se acercó lentamente a un grupo de piedras que se encontraban en medio del claro lentamente, disfrutando del mágico ambiente. Buscó entre ellas la más redonda y lisa y bajó el morro hasta rozar suavemente la fría superficie del mineral. Una intensa luz azulada comenzó a brotar de la piedra iluminando todos los árboles de alrededor y poco a poco fue cambiando de apariencia hasta adoptar el aspecto de un pequeño anillo en forma de hoja de vid. Lunnaris entonces decidió volver a su forma humana y se puso el anillo, notando cómo la magia fluía a través de ella, siendo capaz de sentir lo que sentían todos los seres vivos que se encontraban a su alrededor. Sin duda, había encontrado el anillo de la naturaleza, que sumado al de la vida en forma de cruz ansada hacían dos de los cinco anillos de la magia. Ahora sólo le faltaban el del olvido, el infinito y el firmamento. Lentamente, volviendo a su forma de unicornio, Lunnaris salió de aquel claro misterioso, dispuesta a encontrar el resto de los anillos por el bien del mundo en el que vivía.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Razón: ¿Todo lo que sabemos es correcto?

Nos basamos continuamente, para resolver todos los problemas que nos afectan, en unas bases que nos han implantado desde jóvenes y que tal vez no sean del todo correctas. Pero, ¿qué pasaría si además de los pequeños errores que se van descubriendo y que se adaptan a los cánones actuales, existieran otros mucho mayores, tanto que hicieran tambalear toda la estructura del conocimiento moderno?
Históricamente en el mundo de la biología y la astronomía han sucedido constantemente descubrimientos que hicieron que las bases cambiaran drásticamente. Aun así, la mayoría de la población piensa que lo que sabemos hoy en día es completamente correcto, no creen que dentro de unos pocos años pueda llegar a haber un nuevo hallazgo que demuestre que estamos equivocados. Lo peor es que este estado de soberbia y altivez, el cual nos hace creemos siempre superiores a nuestros antecesores e incluso a nuestros sucesores no sólo perdura en la gente de a pie, cuyo conocimiento científico tal vez les permite juzgar qué es correcto o erróneo de los postulados de la ciencia, sino que la tozudez también se ve muy a menudo en personas muy estrechamente relacionadas con el mundo de la ciencia. Algunos, incluso llegan a negar evidencias y tienden a dejar en ridículo a las personas que las proponen, por el sólo hecho de que no concuerdan con alguna de las leyes físicas o biológicas que les han metido en la cabeza desde pequeños.
Por lo tanto la sociedad está condenada a vivir en un continuo estado de leves modificaciones que se van inculcando poco a poco en cada generación, por lo que el avance científico se ve retrasado enormemente. Lo peor de todo esto es que no sólo es en el ámbito científico en el que la propia sociedad ralentiza los avances, sino que en lo social a menudo las personas no consiguen aceptar del todo tendencias sexuales, pensamientos políticos o ideologías y por ello la sociedad no es capaz de enriquecerse y continuar avanzando. El resto de los mortales, mientras tanto, sólo podemos esperar que la sociedad vaya avanzando lentamente, preguntándonos si algún día podremos ver un cambio real aceptado por todo el mundo.