En el silencio del oscuro bosque se escuchó el ligero chasquido de una rama al partirse bajo los ligeros cascos del animal. La luz de la luna llena se reflejaba en la blancura de su pelaje y la cola y las crines caían en una cascada de luces plateadas. Se movía con gracilidad entre los obstáculos que se encontraban por el suelo, sus ojos, de un gris imposible, buscaban infatigables en la oscuridad de la noche. En la tez del animal se podía vislumbrar sin duda el detalle más asombroso, un largo cuerno en espiral que asomaba entre los restos de crin que le caían sobre los ojos.
Lunnaris siguió avanzando lentamente entre los árboles, con el sigilo propio de su especie y anhelante de encontrar aquel objeto que tanto tiempo había estado buscando. Había iniciado su investigación dos semanas atrás cuando, en su forma humana, escuchó en un pueblo a unos viejos leñadores hablar de un lugar en el que los árboles crecían sin cesar y en el que la hierba permanecía espesa y de un verde brillante incluso en los meses más duros del verano. Después de averiguar el bosque del que hablaban los leñadores, decidió seguir la pista y llevaba desde entonces dando vueltas por aquel remoto paraje intentando encontrar aquel lugar maravilloso.
De pronto llegó a un claro en el que la luz de la luna se reflejaba en cada brizna de hierba y cada piedra del suelo, otorgando a todo el claro una luz sobrenatural. Una ola de felicidad sobrevino al unicornio, por fin había conseguido lo que tanto tiempo llevaba buscando. Se acercó lentamente a un grupo de piedras que se encontraban en medio del claro lentamente, disfrutando del mágico ambiente. Buscó entre ellas la más redonda y lisa y bajó el morro hasta rozar suavemente la fría superficie del mineral. Una intensa luz azulada comenzó a brotar de la piedra iluminando todos los árboles de alrededor y poco a poco fue cambiando de apariencia hasta adoptar el aspecto de un pequeño anillo en forma de hoja de vid. Lunnaris entonces decidió volver a su forma humana y se puso el anillo, notando cómo la magia fluía a través de ella, siendo capaz de sentir lo que sentían todos los seres vivos que se encontraban a su alrededor. Sin duda, había encontrado el anillo de la naturaleza, que sumado al de la vida en forma de cruz ansada hacían dos de los cinco anillos de la magia. Ahora sólo le faltaban el del olvido, el infinito y el firmamento. Lentamente, volviendo a su forma de unicornio, Lunnaris salió de aquel claro misterioso, dispuesta a encontrar el resto de los anillos por el bien del mundo en el que vivía.