lunes, 25 de junio de 2012

Corazón:La habitación de motel.


Se despertó sobresaltado por la vibración del teléfono bajo la almohada, observó la pantalla con los ojos aún medio cerrados descubriendo sin asombro que tenía más de quince llamadas perdidas. No prestó atención a su procedencia y se dispuso a mirar a su alrededor, intentando averiguar en qué lugar se encontraba y qué le había llevado hasta aquella oscura habitación. Pequeños pinchazos martilleaban incesantemente su cabeza, pero no sólo era la cabeza lo que le dolía, sino que podía sentir hasta el último de los huesos de su cuerpo clamando por un poco de descanso. Los retazos de la noche anterior fueron acudiendo a su mente lenta y dolorosamente, le costaba recordar cómo habían sucedido los hechos, pero echando un vistazo a la puerta del baño entreabierta, vio que lo había hecho de nuevo. Se prometió una vez más que la próxima vez debería beber menos o podría acabar teniendo serios problemas.

Lentamente se sentó en el borde del mullido colchón. Trató de poner en orden sus ideas para poder actuar con precisión y así no olvidar ninguno de los pasos que tenía que dar a continuación. Se maldijo así mismo por no haber hecho la maldita lista que llevaba pensando desde hacía tiempo, algún día dejaría de hacer algo y terminarían por cogerlo, con las consecuencias que ello acarrearía. Lo primero que debía hacer era asegurarse de que nadie podría averiguar que esa noche había estado allí, así que mandó un mensaje de texto a su mejor amigo pidiendo que le diera una coartada frente a sus padres, prometiéndole otra vez que le contaría quién era la chica que había estado viendo los últimos fines de semana. Empezó a repasar todo lo sucedido al llegar al motel, para asegurarse de que nadie le había visto directamente y pudiera reconocerlo si alguien preguntaba en los días siguientes. Después se dedicó a recoger todos los restos que había por la habitación de la noche anterior: la caja de pizza, los condones usados y la ropa que había llevado. Se quitó la absurda peluca y las patillas y lo introdujo todo en bolsas de plástico por separado, colocándolas junto a la puerta. Aprovechó para comprobar que ésta estaba bien cerrada, deteniéndose a medio camino mientras se reía de su propia preocupación: como si aquel cutre motel  tuviera servicio de habitaciones que pudiera molestarle.

Por último, decidió que se tenía que enfrentar a lo que se encontraba en el baño y abrió la puerta con lentitud. Encendió la luz y, como había hecho en la habitación, fue recogiendo todo lo que pudiera resultar peligroso que encontrase la policía. Echó una mirada de soslayo a la chica que yacía en la bañera tintada de rojo y recordó que debía hacer una cosa más antes de marcharse. Sacó un pequeño pincel del bolsillo del pantalón y, con la sangre que había en la bañera, escribió en la pared los crímenes cometidos. Había sido realmente difícil investigarla, pero al final había encontrado suficientes pruebas para considerarla culpable. Pegó las fotografías, en las que se la veía vendiendo droga a varios chicos que no debían tener más de 14 años, para que los ineptos de la policía pudieran incriminarla sin problemas y salió del cuarto de baño rápidamente, pues el hedor a sangre seca comenzaba a ser insoportable.

Se sentó en la cama e intentó recordar cómo era el motel en el que se encontraba para buscar una salida sin tener que pasar por recepción. Dedujo que la mejor opción era desplazarse hasta el tejado del edificio de al lado y luego dejarse caer hasta la calle contigua, donde sólo había un piso de altura. Recogió todo lo que había dejado en la puerta, repasó mentalmente una vez más que no se dejaba nada por hacer y salió, cerrando la puerta tras de sí. Una vez fuera se quitó los guantes y los guardó en una de las bolsas negras.

Cuando ya había caminado durante un par de manzanas, sacó una de las bolsas de la mochila y la tiró a un contenedor. Más tarde hizo lo mismo con las demás, mientras pensaba que iba a tener que encontrar otra forma de hacerlo, puesto que eso aún le dejaba con demasiado riesgo de lo que era admisible permitir y, poco a poco terminaría con su escasa economía. Dejó de pensar y cogió el autobús circular, directo a la primera clase de la mañana. Al fin y al cabo no tenía por qué preocuparse: la policía nunca sospecharía de un chaval de diecisiete años que aún iba al instituto. O, al menos, eso creía él.

1 comentario:

  1. Mas de lo mismo me quedo con la intriga siempre :( pero es fascinante como puedes cambiar de genero y escribir tan bien en todos. me gusta mucho este genero si fuera parte de un libro no me hubiera aguantado a seguir leyendo.

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