Apagó el ordenador exhausto, no
había caído en la hora que era hasta que había sonado el despertador, sacándole
del profundo trance en el que le había sumergido el nuevo juego que había
recibido de forma tan misteriosa. Por la noche cuando se conectó le había
sorprendido recibir una notificación en su correo, ya que esa dirección no la
tenía mucha gente y no esperaba que le llegara nada. Era un e-mail simple, que
en un principio había considerado como spam ya que no conocía al remitente. Contenía
un corto mensaje sobre un fondo negro que le llamó enormemente la atención: “Juega
y tu vida no volverá a ser la misma” y debajo un enlace a la página del
videojuego, en la que sólo se veía el nombre: “Aeredium” y las distintas
opciones de descarga. Por lo general no habría hecho caso al correo, pues sólo
se dejaba guiar por las recomendaciones de las páginas de gaming, pero justo
había acabado con un juego que le había llevado bastante tiempo y necesitaba
algo nuevo para desconectar. Lo verdaderamente extraño fue que no encontró información
acerca del juego en ninguna de sus páginas habituales y, al preguntar a alguno
de los chicos con los que solía jugar a otros juegos, todos le dijeron que no
tenían ni idea de sobre qué juego estaba hablando. Esto le picó la curiosidad y
decidió probarlo. El resultado fue que no había pasado toda la noche en vela,
jugando sin cesar en el mundo de Aeredium. Los gráficos no eran gran cosa, pero
las oportunidades que ofrecía eran increíbles hasta el punto en el que después
de ocho horas de juego, continuaba sin haber avanzado un ápice.
Los pasos nerviosos de su madre
en el piso de abajo interrumpieron sus pensamientos, seguramente estaría en la
cocina preparando el desayuno. De un momento a otro escucharía el grito que
precedería al comienzo de un nuevo y asqueroso día. Previendo el enfado de su
progenitora si no bajaba a tiempo de desayunar, comenzó a vestirse y a preparar
la mochila con los materiales necesarios para no morir de aburrimiento durante
las clases. Recordó que debería haberse dado una ducha, llevaba días sin
hacerlo pero, mirando la hora en su despertador de Deadpool, vio que no le daba
tiempo y decidió dejarlo para cuando llegara de las clases. Esperó unos minutos
vestido y con la mochila puesta a que su madre le llamara por tercera vez y
bajó las escaleras rápidamente, pasando como un rayo por la cocina escudándose
en que no podía desayunar con ella porque
iba a llegar tarde otra vez al autobús. De este modo evitaría de nuevo las
preguntas inquisitorias de su progenitora acerca de lo que había estado
haciendo por la noche y si había dormido algo esta vez. Desapareció de su vista
tras el quicio de la puerta y ella se quedó hablando sola, hasta que poco a
poco sus palabras se fueron ahogando con lágrimas.
Salió al exterior con los
auriculares en la mano, preparado para aislarse del mundo un día más. Se los
colocó en los oídos, encendió el reproductor y buscó la canción más ruidosa de
toda su lista de música. Avanzó así, haciéndose daño en los oídos, los escasos
cien metros que separaban su casa de la parada de autobús. Llegó con diez
minutos de antelación y se sorprendió al comprobar que había alguien ocupando
su sitio de siempre, enrabietado buscó algún lugar donde poder sentarse alejado
del resto de chicos ruidosos que rondaban por la parada y se dedicó a mirar,
entre confundido y enfadado, a la chica vestida de negro que estaba sentada
bajo su árbol hasta que ésta le miró sonriente, a sabiendas que él la llevaba
observando desde hacía un tiempo. Bajó la cabeza avergonzado y sacó su consola
portátil, dispuesto a sumergirse de nuevo en el reino de Hyrule. El autobús se
retrasaba y él no dejaba de pensar en el misterioso juego y en la chica,
demasiadas novedades para lo común que había sido su vida los últimos dos años.