viernes, 12 de febrero de 2016

Aeredium

Apagó el ordenador exhausto, no había caído en la hora que era hasta que había sonado el despertador, sacándole del profundo trance en el que le había sumergido el nuevo juego que había recibido de forma tan misteriosa. Por la noche cuando se conectó le había sorprendido recibir una notificación en su correo, ya que esa dirección no la tenía mucha gente y no esperaba que le llegara nada. Era un e-mail simple, que en un principio había considerado como spam ya que no conocía al remitente. Contenía un corto mensaje sobre un fondo negro que le llamó enormemente la atención: “Juega y tu vida no volverá a ser la misma” y debajo un enlace a la página del videojuego, en la que sólo se veía el nombre: “Aeredium” y las distintas opciones de descarga. Por lo general no habría hecho caso al correo, pues sólo se dejaba guiar por las recomendaciones de las páginas de gaming, pero justo había acabado con un juego que le había llevado bastante tiempo y necesitaba algo nuevo para desconectar. Lo verdaderamente extraño fue que no encontró información acerca del juego en ninguna de sus páginas habituales y, al preguntar a alguno de los chicos con los que solía jugar a otros juegos, todos le dijeron que no tenían ni idea de sobre qué juego estaba hablando. Esto le picó la curiosidad y decidió probarlo. El resultado fue que no había pasado toda la noche en vela, jugando sin cesar en el mundo de Aeredium. Los gráficos no eran gran cosa, pero las oportunidades que ofrecía eran increíbles hasta el punto en el que después de ocho horas de juego, continuaba sin haber avanzado un ápice.

Los pasos nerviosos de su madre en el piso de abajo interrumpieron sus pensamientos, seguramente estaría en la cocina preparando el desayuno. De un momento a otro escucharía el grito que precedería al comienzo de un nuevo y asqueroso día. Previendo el enfado de su progenitora si no bajaba a tiempo de desayunar, comenzó a vestirse y a preparar la mochila con los materiales necesarios para no morir de aburrimiento durante las clases. Recordó que debería haberse dado una ducha, llevaba días sin hacerlo pero, mirando la hora en su despertador de Deadpool, vio que no le daba tiempo y decidió dejarlo para cuando llegara de las clases. Esperó unos minutos vestido y con la mochila puesta a que su madre le llamara por tercera vez y bajó las escaleras rápidamente, pasando como un rayo por la cocina escudándose en que no podía  desayunar con ella porque iba a llegar tarde otra vez al autobús. De este modo evitaría de nuevo las preguntas inquisitorias de su progenitora acerca de lo que había estado haciendo por la noche y si había dormido algo esta vez. Desapareció de su vista tras el quicio de la puerta y ella se quedó hablando sola, hasta que poco a poco sus palabras se fueron ahogando con lágrimas.

Salió al exterior con los auriculares en la mano, preparado para aislarse del mundo un día más. Se los colocó en los oídos, encendió el reproductor y buscó la canción más ruidosa de toda su lista de música. Avanzó así, haciéndose daño en los oídos, los escasos cien metros que separaban su casa de la parada de autobús. Llegó con diez minutos de antelación y se sorprendió al comprobar que había alguien ocupando su sitio de siempre, enrabietado buscó algún lugar donde poder sentarse alejado del resto de chicos ruidosos que rondaban por la parada y se dedicó a mirar, entre confundido y enfadado, a la chica vestida de negro que estaba sentada bajo su árbol hasta que ésta le miró sonriente, a sabiendas que él la llevaba observando desde hacía un tiempo. Bajó la cabeza avergonzado y sacó su consola portátil, dispuesto a sumergirse de nuevo en el reino de Hyrule. El autobús se retrasaba y él no dejaba de pensar en el misterioso juego y en la chica, demasiadas novedades para lo común que había sido su vida los últimos dos años.

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