Hace mucho tiempo, cuando dos soles lucían en el firmamento, los bosques y selvas lo envolvían todo con sus verdes mantos y la magia impregnaba cada recodo de la Tierra, gobernaban sobre todos los seres vivientes un mago y una bruja que impartían plena justicia y a los cuales todo el mundo adoraba... ¿todo el mundo? No, claro que no. Había un pequeño ser, el protagonista de nuestra historia, que odiaba con profundo rencor a los reyes y a todas las demás criaturas.
Este ser, de naturaleza perversa, desde que tuvo uso de razón planeó por todos los medios deshacer esta armonía y alegría que reinaba en todo el planeta y, para ello, se entrenó durante largos años en las artes oscuras de la magia, consiguiendo encontrar el modo de arrebatar la felicidad a todos: haría desaparecer los soles. Para ello sólo tendría que esperar el día del año en el que los dos astros coincidían en el firmamento y crear un portal hacia otra dimensión que los absorbiese por completo.
Por fin llegó el día en el que los dos soles se cruzarían y le permitirían llevar a cabo su maléfico plan. Llegado el momento, se situó en la más alta montaña de la región y conjuró el portal que absorbería a los dos soles, sumergiendo el reino en la más absoluta oscuridad. Así fue, ambos astros desaparecieron del cielo, pero sin embargo algo salió mal: calculó erróneamente la distancia y él también se vio arrastrado hacia el portal que había creado, teletransportándose a una dimensión vacía y condenándose a sí mismo a vagar por ella hasta el fin de los tiempos en la más completa soledad.
Mientras tanto en la Tierra cundió el pánico y todos los habitantes lloraron por la pérdida de luz y calor. ¿Cómo iban ahora a crecer los cultivos? ¿Podrían acaso sobrevivir ante el frío que se avecinaba? Lunae, que así se llamaba la bruja, comenzó a buscar en su libro de hechicería algún remedio que pudiera poner fin al terrible problema, pero sin obtener resultados satisfactorios. De repente Solaris, el mago, recordó un hechizo antiguo, tan antiguo que ni siquiera Lunae tenía constancia de él, que podría restaurar el orden en la bóveda celeste pero a un gran coste: su propia vida y todo su poder mágico.Sabían que sería el fin de la magia en la Tierra, puesto que debían usar todos los recursos disponibles si querían conseguir su objetivo. Se despidieron amargamente, puesto que a partir de aquel entonces estarían obligados a evitarse el uno al otro para siempre y comenzaron el conjuro que les permitiría restablecer los astros en el firmamento. En el último momento, Lunae, decidió no usar todo su poder mágico en el conjuro para, de esta forma, conservar una pequeña parte de magia en el mundo.
Es por esto por lo que el sol ilumina con mayor fuerza y el por qué de que las horas nocturnas siempre estén impregnadas de magia y misterio.