El calor sofocante embotaba mis sentidos, escuchaba el eco lejano de la multitud que se acumulaba a mi alrededor, distorsionado por la extraña percepción que tenía de mi entorno. Intenté recordar por qué me encontraba en aquel lugar, la razón por la cual estaba gritando aquellos cánticos revolucionarios junto con el gentío que se encontraba en la plaza pero no lo logré. Recordaba haber salido de casa, coger las llaves a toda prisa y salir corriendo, como si me fuera la vida en ello para poder llegar con el resto de los presentes, pero no recordaba el motivo. A mi lado un padre caminaba de la mano de su mujer tirando del carro de su bebé y más allá una pareja de ancianos seguía el transcurso de los jóvenes que encabezaban la comitiva. Todo ello me hizo pensar: ¿qué podía unirnos a todos, tan diferentes en nuestra esencia, en una marcha por algo que nos uniera tanto?
Entonces la vi y despejé toda duda al instante. A lo lejos luchando contra el viento en las manos de un desconocido había una bandera que clamaba algo que les había sido arrebatado poco a poco a lo largo de los últimos años y por la cual lucharon nuestros antepasados a capa y espada. Era un simple pedazo de cartón, pero que llevaba escrito aquello a lo que todo el mundo sea cual sea su razón social o color de piel tiene derecho: “libertad de expresión”. Y ahora estábamos allí, después de que esa libertad de expresión nos fuera negada a golpe de porra y con pelotas de goma, luchando de forma diferente a como lo hicieron nuestros padres y abuelos, porque los tiempos habían cambiado y nosotros teníamos que cambiar con ellos. Renovando el concepto de revolucionario y antisistema dándole unos matices impensables hasta la fecha, clamando que sí, que se puede cambiar el mundo sin recurrir a la violencia y que nosotros estábamos dispuestos a demostrarlo fuera cual fuera el precio que pagáramos. Por eso estaba allí, porque estaba harto, cansado, indignado de hacia dónde nos estaban llevando los dirigentes actuales, que estaban borrachos del poder que nosotros mismos les habíamos otorgado, parapetados tras un sistema electoral anticuado que tenía que reformarse para adaptarse a los nuevos tiempos, tal y como nosotros ya lo habíamos hecho. Una vez recordé el motivo por el cual me hallaba en aquel lugar, hinché con aire mis pulmones y comencé a gritar de nuevo con todas mis fuerzas, sabiendo que tal vez una sola voz no tenga la suficiente energía para conseguir algo, pero que sumando todas y cada una de las voces que allí se encontraban, podríamos conseguir lo que nos propusiéramos, podríamos llegar a cambiar el mundo, nuestro mundo.
Era 27 de mayo y la revolución llamaba a la puerta de nuestras casas.
Creo que no hay nada más gratificante como luchar por lo que sientes y quieres, sentir que eres parte de la historia, que tu voz por fin es escuchada, estar rodeado de gente que piensa igual que tú, sentirte como en casa.
ResponderEliminarDeberías escribir más a menudo, y lo sabes.